jueves, 7 de enero de 2010

Nicolás Guillén Landrián, un genio mal comprendido, mal venido… pero genio al fin

    Nicolás Guillén Landrián es uno de los más interesantes, polémicos y transgresores documentalistas cubanos que afrontó la compleja realidad de su entorno desde un punto de vista nada convencional. Alejado de la temática y formalmente del resto de los documentalistas de su generación, observó las aristas menos épicas, pero quizás más humanas de la Revolución en sus primeras décadas. Su estilo era único dentro del panorama del cine latinoamericano, aunque no ha sido totalmente reconocido.
    Fue alumno de pintura de Fidelio Ponce, Lam y Portocarrero. Después en 1962 entró al ICAIC como asistente de producción y entre sus primeros trabajos asistió a Manuel Octavio Gómez en la dirección de “Historia de una batalla”.
    En 1963 dirigió su opera prima “En un barrio viejo” con música de Pello el Afrokán y fotografía de Livio Delgado. El documental es una gran joya en miniatura con la que ganó una mención del jurado en Polonia y el Premio a la Opera Prima en Toulouse, Francia. En él la cámara se adentra en la Habana Vieja para descubrir en su cotidianidad los rostros de quienes la habitan: una muchacha en un balcón, milicianos marchando, un vendedor de pajaritos, gente en un bar, otros esperando en la cola, rumbeando o jugando al dominó… El realizador comienza a forjar su sello haciendo lo que hasta entonces hubiera parecido un sacrilegio: pone a posar a las personas ante la cámara, las conmina a mirar al lente. La cámara huye de hacerse invisible.
    “Yo trataba de hacer un cine que no fuese igual a lo demás, que no coincidiera con lo demás, que fuera un cine muy personal (…) La imagen era más importante que la palabra en sí. Me interesaba elaborar la imagen a través de un lenguaje nuevo, un lenguaje atrevido, interesante para el espectador.”
    En el oriente de la Isla, encontró la materia para tres obras que perfectamente podrían componer una trilogía sobre el subdesarrollo: “Ociel del Toa” (1965) que le mereciera el Premio Espiga de Oro al mejor documental en la 11na edición del Festival de Valladolid al año siguiente, “Reportaje” y “Retornar a Baracoa” (ambos de 1966). En este último inserta por primera vez la foto fija, la fotoanimación y los intertítulos: recursos que en lo adelante usaría profusamente. En el intermedio de la trilogía hizo “Los del baile” (1965).
    Ante el pedido en 1968 de hacer un filme que ilustrara el cultivo del café durante el llamado Plan Cordón de La Habana, antepone una imaginación sin límites. Así nace “Coffea Arábiga”, su obra más conocida, la revolución en el lenguaje documental, un filme que se anticipa a lo posmoderno. Tras el aparente caos, el dominio de lo formal florece y determina. Aquí el cineasta utiliza cuanto recurso exista: foto fija, propaganda, documentales de archivo, un locutor radial y hasta a los Beatles. El frenesí es lo primero que salta a la vista en la textura de “Coffea Arábiga”, edificado esencialmente a partir del montaje, verdadero pastiche de propaganda política, literatura científica, fotoanimaciones, empalmes sonoros desquiciados e imaginativos, donde el intertitulado juega un papel irónico y desgarrado a la vez. “Me considero muy feliz de haberlo realizado y creo que logré una pauta en cuanto al lenguaje que era lo que más me interesaba a mí, que fuera un lenguaje distinto al de todo los otros filmes realizados por la industria”.
    En la misma órbita estética, Guillén Landrián prosiguió con su discurso de confrontación en “Desde La Habana, 1969, recordar” (1969), donde trabaja con Juan Carlos Tabío. Esta es su obra más decididamente experimental. “Yo traté en Desde La Habana… de hacer un cine muy subjetivo, muy personal (…)”.
    Sus últimos documentales en el ICAIC los realizó bajo una pérdida de lucidez creativa: “Un reportaje en el puerto pesquero”, “Nosotros en el Cuyaguateje” y “Para construir una casa” (todos de 1973), en los que sigue presente su habilidad por contar pero no con la fuerza de la que había impregnado a sus anteriores obras.
    Contra todo lo imaginable, y a tres décadas de interrumpirse su obra cinematográfica, Guillén Landrián vuelve a dirigir en el 2001 “Inside Downtown”, que es como la vuelta a los orígenes: “En un barrio viejo” vuelto a filmar. Su obsesión es la misma: biografiar la vida del barrio, de la comunidad a la que pertenece ahora el cineasta. “Quería comunicar que yo estaba en Miami, que estaba vivo y haciendo cine –confesó- (…) es como una necesidad mía de demostrarme que podía realizar cine todavía, aunque esto es un video-tape, hecho todo con digital, que es primera vez que trabajo en eso. Lo hice alrededor de mi modus vivendi, con la gente que conocía”.
    Desde su primer documental “En un barrio viejo” están a prueba la mayoría de las marcas de carácter de su cine. Sus breves pero agudos sistemas de sentido se convierten en la mejor manera de exponer sus puntos de vista sobre una realidad que es tratada con humildad, mas no con ingenuidad. Y al muy intencionado trabajo de montaje suma la cómplice edición de sonido, que con el tiempo fue convirtiéndose en recurso esencial. La superposición de capas de sentido, así como el nerviosismo de su puesta en escena, se desenvuelve a través de planos cortos, fijos, escasos paneos, combinaciones de planos medios y planos detalles; cortes secos, limpios (esa respiración entrecortada del relato que nos mantiene en vilo hasta el final). Hasta su obra más hermética era disfrutable en sus salidas irónicas, su humor corrosivo, puntos de giro imaginativos, nada previsibles o mecánicos. Pero no todo es cuestión de lenguaje, estilo. Hay sobre todo actitud.
    “No tengo conflictos estéticos con ninguno de mis filmes. Todos los conflictos estéticos son resultado de los conflictos conceptuales. Yo quería ser un intérprete de mi realidad. Siempre estuve en el vórtice de la enajenación. El resultado cabal es cada filme terminado”.
Nicolás Guillén Landrián murió a los 65 años el 21 de julio de 2003. Al final de su vida había dicho: “No soy feliz, pero aspiro a serlo. No sé si sabré” y su voluntad fue que lo sepultaran en Cuba.

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