jueves, 7 de enero de 2010

Nicolás Guillén Landrián, un genio mal comprendido, mal venido… pero genio al fin

    Nicolás Guillén Landrián es uno de los más interesantes, polémicos y transgresores documentalistas cubanos que afrontó la compleja realidad de su entorno desde un punto de vista nada convencional. Alejado de la temática y formalmente del resto de los documentalistas de su generación, observó las aristas menos épicas, pero quizás más humanas de la Revolución en sus primeras décadas. Su estilo era único dentro del panorama del cine latinoamericano, aunque no ha sido totalmente reconocido.
    Fue alumno de pintura de Fidelio Ponce, Lam y Portocarrero. Después en 1962 entró al ICAIC como asistente de producción y entre sus primeros trabajos asistió a Manuel Octavio Gómez en la dirección de “Historia de una batalla”.
    En 1963 dirigió su opera prima “En un barrio viejo” con música de Pello el Afrokán y fotografía de Livio Delgado. El documental es una gran joya en miniatura con la que ganó una mención del jurado en Polonia y el Premio a la Opera Prima en Toulouse, Francia. En él la cámara se adentra en la Habana Vieja para descubrir en su cotidianidad los rostros de quienes la habitan: una muchacha en un balcón, milicianos marchando, un vendedor de pajaritos, gente en un bar, otros esperando en la cola, rumbeando o jugando al dominó… El realizador comienza a forjar su sello haciendo lo que hasta entonces hubiera parecido un sacrilegio: pone a posar a las personas ante la cámara, las conmina a mirar al lente. La cámara huye de hacerse invisible.
    “Yo trataba de hacer un cine que no fuese igual a lo demás, que no coincidiera con lo demás, que fuera un cine muy personal (…) La imagen era más importante que la palabra en sí. Me interesaba elaborar la imagen a través de un lenguaje nuevo, un lenguaje atrevido, interesante para el espectador.”
    En el oriente de la Isla, encontró la materia para tres obras que perfectamente podrían componer una trilogía sobre el subdesarrollo: “Ociel del Toa” (1965) que le mereciera el Premio Espiga de Oro al mejor documental en la 11na edición del Festival de Valladolid al año siguiente, “Reportaje” y “Retornar a Baracoa” (ambos de 1966). En este último inserta por primera vez la foto fija, la fotoanimación y los intertítulos: recursos que en lo adelante usaría profusamente. En el intermedio de la trilogía hizo “Los del baile” (1965).
    Ante el pedido en 1968 de hacer un filme que ilustrara el cultivo del café durante el llamado Plan Cordón de La Habana, antepone una imaginación sin límites. Así nace “Coffea Arábiga”, su obra más conocida, la revolución en el lenguaje documental, un filme que se anticipa a lo posmoderno. Tras el aparente caos, el dominio de lo formal florece y determina. Aquí el cineasta utiliza cuanto recurso exista: foto fija, propaganda, documentales de archivo, un locutor radial y hasta a los Beatles. El frenesí es lo primero que salta a la vista en la textura de “Coffea Arábiga”, edificado esencialmente a partir del montaje, verdadero pastiche de propaganda política, literatura científica, fotoanimaciones, empalmes sonoros desquiciados e imaginativos, donde el intertitulado juega un papel irónico y desgarrado a la vez. “Me considero muy feliz de haberlo realizado y creo que logré una pauta en cuanto al lenguaje que era lo que más me interesaba a mí, que fuera un lenguaje distinto al de todo los otros filmes realizados por la industria”.
    En la misma órbita estética, Guillén Landrián prosiguió con su discurso de confrontación en “Desde La Habana, 1969, recordar” (1969), donde trabaja con Juan Carlos Tabío. Esta es su obra más decididamente experimental. “Yo traté en Desde La Habana… de hacer un cine muy subjetivo, muy personal (…)”.
    Sus últimos documentales en el ICAIC los realizó bajo una pérdida de lucidez creativa: “Un reportaje en el puerto pesquero”, “Nosotros en el Cuyaguateje” y “Para construir una casa” (todos de 1973), en los que sigue presente su habilidad por contar pero no con la fuerza de la que había impregnado a sus anteriores obras.
    Contra todo lo imaginable, y a tres décadas de interrumpirse su obra cinematográfica, Guillén Landrián vuelve a dirigir en el 2001 “Inside Downtown”, que es como la vuelta a los orígenes: “En un barrio viejo” vuelto a filmar. Su obsesión es la misma: biografiar la vida del barrio, de la comunidad a la que pertenece ahora el cineasta. “Quería comunicar que yo estaba en Miami, que estaba vivo y haciendo cine –confesó- (…) es como una necesidad mía de demostrarme que podía realizar cine todavía, aunque esto es un video-tape, hecho todo con digital, que es primera vez que trabajo en eso. Lo hice alrededor de mi modus vivendi, con la gente que conocía”.
    Desde su primer documental “En un barrio viejo” están a prueba la mayoría de las marcas de carácter de su cine. Sus breves pero agudos sistemas de sentido se convierten en la mejor manera de exponer sus puntos de vista sobre una realidad que es tratada con humildad, mas no con ingenuidad. Y al muy intencionado trabajo de montaje suma la cómplice edición de sonido, que con el tiempo fue convirtiéndose en recurso esencial. La superposición de capas de sentido, así como el nerviosismo de su puesta en escena, se desenvuelve a través de planos cortos, fijos, escasos paneos, combinaciones de planos medios y planos detalles; cortes secos, limpios (esa respiración entrecortada del relato que nos mantiene en vilo hasta el final). Hasta su obra más hermética era disfrutable en sus salidas irónicas, su humor corrosivo, puntos de giro imaginativos, nada previsibles o mecánicos. Pero no todo es cuestión de lenguaje, estilo. Hay sobre todo actitud.
    “No tengo conflictos estéticos con ninguno de mis filmes. Todos los conflictos estéticos son resultado de los conflictos conceptuales. Yo quería ser un intérprete de mi realidad. Siempre estuve en el vórtice de la enajenación. El resultado cabal es cada filme terminado”.
Nicolás Guillén Landrián murió a los 65 años el 21 de julio de 2003. Al final de su vida había dicho: “No soy feliz, pero aspiro a serlo. No sé si sabré” y su voluntad fue que lo sepultaran en Cuba.

miércoles, 6 de enero de 2010

Delfín Prats entre el esplendor y el caos

    Delfín Prats es un poeta cubano, aunque él se niegue a que así lo llamen la literatura de esta isla no pudiera escribirse si faltara su nombre y quien se arriesgue a prescindir de él estará mancillando páginas luminosas que la poesía no olvidará tan fácilmente. Nació en Holguín, en 1945.
    Su verso nace espontáneo como él mismo reconoce: “cuando han venido los poemas, los he escrito.” Su oficio no es el de un aprendiz, el “oficio de poeta se construye frente a los tremendos obstáculos de la composición, es como una partida de ajedrez que se juega frente al lenguaje, donde uno se ve obligado a sacrificar no pocas piezas, que pueden ser versos, estrofas, poemas, que no llegan a abrirse paso hacia las casillas del triunfo” asegura quien ha tenido que silenciar al silencio, apuñalar la estocada poderosa venida por la espalda.
    La suya no es obra que se adhiera a una corriente específica sino que pertenece, como él mismo dice “a un concierto espléndido de voces”. Lo vivencial y nítidamente lacerante le muestra descarnado en cada verso pues le "sería totalmente imposible escribir un poema sin tener el calor de la solidaridad humana, sin el apoyo que siempre me han brindado mis amigos en Holguín y en otros lugares de la isla, sin la certidumbre de mi ciudad vista desde la Loma de la Cruz… Además, no imagino la escritura de un poema sin haber experimentado en carne propia la grandeza del paisaje, sin el mar, sin las montañas, sin los ríos, sin haber visto a Cuba desde un avión, sin una puesta de sol en el oriente de la Isla.”
    En 1968 trece poemas nacidos al fragor de las noches habaneras le merecen el Premio David y la publicación de Lenguaje de Mudos, que devino detonante de un amargo silencio a medias roto por su próximo libro: Para festejar el ascenso de Ícaro, con el que ganó el premio de la Crítica otorgado por las editoriales y el Ministerio de Cultura a las diez obras más representativas del año 1988.
    Para quien tiene “una fe inquebrantable en la literatura como camino de perfección” no sorprende que permanezcan en ocasiones por años aparentemente dormidos los versos que luego llegarán a feliz nacimiento. Con sencillez y humildad pasmosa Delfín Prats confiesa: "nunca hice un aprendizaje de la forma a través de manuales de retórica, fue algo que adquirí intuitivamente, la belleza del lenguaje y la limpieza de la expresión son cosas que me interesan mucho”.
    La poesía de Delfín Prats sostiene el aliento testimonial y el tono conversacional de los escritores de su tiempo, aunque no pueda clasificársele dentro del conversacionalismo más puro, sino que bebe por momentos en las aguas de esa corriente literaria para luego hacer una poesía de la existencia una poesía que planteara la realidad del hombre viviendo íntimamente su vida en el seno de la sociedad a partir de la perspectiva del Yo, como él mismo asegura.
    Para quien ha publicado cinco libros de poesía: Lenguaje de Mudos (1968), Para festejar el ascenso de Ícaro (1987), Abrirse las constelaciones (1994), Lírica amatoria (2001) y El esplendor y el caos (2002) es muy duro pernoctar en el silencio de la página en blanco y con la sonrisa torcida reconoce que "a veces quisiera estar escribiendo porque sería una válvula de escape; pero tengo mucho miedo. Como considero logrados algunos de mis poemas, de pronto empezar a escribir, y que eso que escriba no sirva. No quisiera escribir dentro de una retórica, tampoco volver a repetir mis mismos logros. Mas vamos a confiar que en el futuro sí se produzca algo."
    Y se produjo el milagro de la poesía el pasado año con la publicación, bajo el sello editorial La Luz de la AHS, del volumen de narrativa testimonial Strip-tease y eclipse de las almas. Hoy esperamos más de la literatura cubana, además de reconocer como Maestro de Juventudes a quien es maestro del verbo, esperamos se le conceda el merecido Premio Nacional de Literatura.

martes, 5 de enero de 2010

La Plaza Mantilla: Remembranza del Holguín Colonial


    El siglo XIX fue sin dudas el siglo de explosión urbana de la ciudad de Holguín, cuando se construyeron la necesaria Plaza del Hospital de la Caridad y otros importantes edificios que se proyectaron a partir de su funcionalidad como la Cárcel, la Casa del Teniente Gobernador, la indispensable Plaza de Mercado (actual Plaza de la Marqueta) que jugó una función muy importante para el abastecimiento de la ciudad. Además fue remodelada y tapiada La Parroquial Mayor de San Isidoro y se construyó como auxiliar de esta la Iglesia San José. Por último nació la Plaza Mantilla (actual Parque Infantil Rubén Bravo) en la década del ochenta. Pero no sólo los edificios civiles y religiosos se construyeron con el máximo esplendor y dimensiones hasta entonces no conocidas por los vecinos de la ciudad, pues la economía holguinera entró en una etapa de auge al ampliarse el comercio por el puerto oficial de Gibara, lo que provocó el incremento de la clase comerciante y que entraran a la ciudad estilos y formas novedosas para construir las casas familiares.
    En 1873 la ciudad tenía una población de 6 106 habitantes. Como consecuencia de la Guerra de los Diez Años se incorporó en la región la arquitectura militar como estrategia defensiva luego de los ataques armados llevados a cabo por las tropas mambisas.
El terreno de la Plaza Mantilla (actual Parque Infantil) y sus alrededores se mantuvieron como lugar yermo y deshabitado durante la mayor parte de la etapa colonial holguinera y fue precisamente la construcción del Cuartel General de Infantería en 1831 lo que dio inicio al desarrollo urbano de estos parajes, pues algunas personas vinieron a vivir a sus alrededores, sobre todo en la calle San Pablo (hoy Máximo Gómez) que quedaba a solo una cuadra del cuartel. Sin dudas fue la construcción de la Plaza Mantilla en 1883 lo que facilitó un incipiente desarrollo urbano para esta parte de la ciudad.
    La Plaza Mantilla, que tomó el nombre del Coronel de Regimiento de Infantería, era una hermosa alameda de recreo para los soldados donde los paseos y los árboles conformaron un paraje admirable para todo el que tuvo la suerte de conocerla. De su construcción se encargó Don Federico Capdevila, natural de Valencia. El diseño del Parque de Recreo Mantilla, del proyectista y Maestro de Obras Don José María del Salto y Carretero, natural de Sevilla, que se había destacado en el arte de la construcción en la ciudad, pues además de Maestro de Obras Militares se había graduado en la Escuela Profesional de la Isla, respondía al de un parque jardín, aunque se le llamaba plaza y estaba situada en un amplio terreno frente al Cuartel General de Infantería, entre las calles San Miguel (hoy Maceo) -por donde tenía su entrada principal- y San Isidoro (Libertad), entre las de Santa Brígida (Habana) y las comprendidas hasta el Hospital Militar, denominadas San Esteban y la Quinta (hoy Quinta y Prado). José María del Salto permeó su diseño fundamentalmente del estilo Dórico Neoclásico.
    La entrada principal de la plaza estaba conformada por tres arcos de medio punto divididos por pilastras con capiteles en los arranques de los arcos. Las pilastras estaban guarnecidas al centro por altas columnas de fustes redondos que sostenían el friso liso y amplio donde se leía “23 de junio de 1883”. Dicho friso estaba rematado con una cornisa escalonada y un pretil acolumnado con cuatro pedestales que servían de base a las piñas remates. De la entrada y hacia sus laterales partía un muro perimetral de más o menos un metro de alto de mampuesto que rodeaba el terreno y servía de base a la alambrada que protegía la plaza (…) De la entrada hacia el interior corrían tres paseos pavimentados con lozas de barro y el del centro tenía una hilera de flamboyanes que iba hasta la glorieta, según relata Raúl Bruzón vecino de la antigua plaza.
    La glorieta, de amplias dimensiones en forma circular con cuatro accesos escalonados, era tan grande que cabía la Banda Militar. Del otro extremo de la glorieta partía un pasillo de lozas de barro que llegaba hasta la salida de la calle Libertad y allí había un portón de ladrillos con un arco arriba más sencillo y rejas de hierro que servía de puerta. De la glorieta partían otros pasillos laterales y una plazoleta hacia la calle de la carretera de Gibara.
Toda la construcción estuvo dirigida por Don Federico Capdevila y fueron los mismos soldados quienes trabajaron en la obra. La Plaza Mantilla (actual Parque Infantil) fue según Raúl Bruzón el más hermoso parque del Holguín Colonial. Tenía un paseo central de flamboyanes, una glorieta circular, fuentes, jardines y bancos de piedra.
    Al llegar la República el Parque de Recreo Mantilla fue cayendo en el olvido a pesar de ser propiedad del cuartel. Según el historiador José García Castañeda en 1917 la entrada principal del parque fue demolida cuando sucedieron las acciones del Movimiento Liberal “La Chambelona” y así poco a poco fue deteriorándose el terreno. En 1926 el señor Lorenzo Sánchez Borrego, primer secretario del ayuntamiento de Holguín pidió fomentar en ese sitio un parque infantil.
    El Parque Infantil quedó en el olvido hasta que el 24 de noviembre de 1953 se inauguró por fin hacia la mitad este del terreno, dividiendo la antigua Plaza Mantilla. La glorieta central, que en la década de 1920 había sido demolida, quedó olvidada y sobre sus cimientos se apoyó una parte de la cerca perimetral que rodeó el nuevo parque nombrado Martha Fernández en honor a la esposa del presidente Fulgencio Batista.
    Hoy la antigua Plaza Mantilla no es ni siquiera un nombre conocido como referente histórico por los holguineros que transitan presurosos e inquietos por el “novedoso” y reiterativo espacio urbano de nuestra isla del siglo XXI: “el boulevard” o por cualquiera de nuestros parques. La Plaza Mantilla es el sitio amado y anhelado por muchos de nuestros historiadores, los verdaderos veladores de nuestro patrimonio arquitectónico, aunque sólo quede en archivos privados o como empolvados proyectos que ¿alguien sabe para qué archivar? De sus parajes y paseos no quedan ni fotos para conservar como memoria histórica y de quienes lo conocieron y vivieron ya van quedando cada vez menos.
    No podría asegurar si agradezco a la historia de esta ciudad el actual Parque Infantil, pero es nuestra latente y única realidad arquitectónica en la manzana comprendida entre las dos más transitadas calles de esta región oriental y las recorridas por tantos viajeros que salen a diario por la Carretera de Gibara, pasando antes por la calle Habana. La parte de recreo escolar es más de espera para el viajero que para los estudiantes que prefieren otros espacios urbanos de más animada reunión. Y el parque infantil está ampliándose cada vez más con nuevas alternativas particulares que le dan a los niños holguineros preciosos carritos de carrera y carruseles de animales inflables.

La magia de Legna

    Existen libros comunes y libros mágicos, más libros comunes que mágicos. Existen autores comunes y autores mágicos, más autores comunes que mágicos y Legna Rodríguez es una de ellas. Poetisa y narradora camagüeyana en esta ocasión su literatura está destinada a los niños. El pasado año resultó ganadora del Premio Calendario de cuento con el volumen “Ne me quite pas” y de la mención en el Premio de Poesía La Gaceta de Cuba.

lunes, 4 de enero de 2010

Desde las alturas una mujer escribe: Mariela Varona

      Mariela Varona le arrebató a Ana Lidia Vega Serova el Premio de Cuento La Gaceta de Cuba en el año 2001 con su cuento Anna Lidia Vega Serova lee un cuento erótico en el patio de un museo colonial cuando aquella concursaba con el mismo cuento que leyera aquella tarde fallida. En el cuento laureado Mariela se pregunta por qué nunca escribe cuentos como ése, como si le hiciera falta. El centro de su duda se hallaba entonces en la imposibilidad de (d)escribir el placer, “ese placer público que va tocando a cada una de las cuarenta personas que” escuchaban a la Serova en el patio de la Periquera en aquellas ya lejanas Romerías.
      Conocí a Mariela a través de La Gaceta 1ra del 2002 en que se publicó el cuento antes aludido. En ese mismo año llegó un nuevo premio, el David y la publicación por Ediciones Unión de Cable a Tierra. Mariela Varona es egresada del 3er Taller de Técnicas Narrativas del Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”, en el 2000 obtuvo la beca de creación Caballo de Coral que ofrece el propio centro Onelio y en el 2003 publicó El verano del diablo en Ediciones Holguín.
   Ahora acaba de publicarse un nuevo volumen de cuentos: La casa de la discreta despedida, recién presentado por la propia autora el pasado jueves en el espacio del café literario en el patio de la UNEAC. El libro, de cuidadosa edición a manos de Ernesto Pérez Castillo, salió publicado bajo el sello de Ediciones Cajachina en su Colección Dienteajo del Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”.
     El libro está conformado por 9 cuentos: Teoría del cuarto oscuro, Envidia de los pájaros, Llévame a navegar, Las putas no tienen nombre, Porcelana, Los asesinos, Una cuestión de plumas, Black Dog y La casa de la discreta despedida que da título al libro.
     Según se lee en la contracubierta “estos cuentos son un paseo por la muerte: la muerte del deseo, la muerte de la esperanza, la muerte del amor. Sus personajes viven la soledad del que está en medio de una multitud que mira a otra parte, a ningún lugar, a nada. Son seres que se despiden, no porque se marchen sino porque, inmóviles e indefensos, solo atinan a decir adiós a la vida que corre por su lado, sin mirar atrás”.
     Si miramos su estructura desde el punto de vista narratológico nos devuelve una ecuación perfecta: 4 cuentos escritos desde la perspectiva de una narradora que es a la vez personaje protagónico y 4 desde la visión de un narrador igualmente protagonista de la historia, y en su justo centro un clásico narrador omnisciente que a través de sus ojos de dios todopoderoso mueve y deja ver los resortes de la historia de una señora de más de sesenta años jubilada y sola… La omnisciencia no es ya categoría de estos tiempos por eso el empeño directo de narrar desde la 1ra persona, la mejor escogida para visualizar cada historia personal e íntimamente propia y a la vez ajena, porque cada uno de nosotros a la vez está siendo vivido por un ser al que nunca se llega a conocer del todo.
      Estos cuentos dejan ver la destreza de una narradora que cual artesana de historias de vida nos deja ver la ingeniosidad de quien ha nacido para ficcionar la vida que corre a su lado y se entremezcla con la suya propia en un entramado urbano unas veces local otras capitalino. De sus páginas saltan personajes nacidos del tiempo en que cursaba el taller de Heras León, otros de más reciente creación pero al final nos asalta una obligada pregunta ¿cuáles, si no estos, serían los mejores cuentos que pudiera escribir Mariela?

domingo, 3 de enero de 2010

Una muerte silenciosa ¿lenguas nativas americanas?

El quechua, el guaraní, el náhuatl, el maya, entre otras (lenguas), son el testimonio de grandes civilizaciones perdidas que nos han legado ese medio de comunicación.
Lisandro Otero

     El latín –como otras muchas- es desde hace ya unas cuantas centurias una lengua muerta, pero ¿cómo y por qué mueren las lenguas? ¿La respuesta la encontramos sólo en el simple hecho de que deja de utilizarse en el habla de los pueblos? Y si así fuera, por qué dejan las personas de hablar la lengua de su región, la que hablaron sus antepasados y llevan impregnada desde antes del nacimiento mismo de todo ser individual que forma parte de un tronco cultural afín. 
     Los procesos culturales y el propio devenir histórico global y de cada una de sus zonas geográficas manifiestan un constante cambio y renovación dialécticos que se reflejan en el pensamiento, las actitudes y por supuesto en la manera de comunicarse de las personas. El habla como hecho lingüístico se modifica fundamentalmente en el uso, lo que está condicionado por un sinfín de motivos. Los medios de comunicación masiva son hoy uno de los detonantes más fuertes que desatan el uso en la escena popular de frases que por su connotación –incluso por las reinterpretaciones que de ellas se hacen- llegan a convertirse en modismos y en el peor de los casos en muletillas o clichés. Constantemente estamos asimilando información que lingüísticamente nos readecua los modos de habla que tradicionalmente hemos venido utilizando como norma personal.
      Según la UNESCO en el mundo se hablan alrededor de 7 000 lenguas de las que cada año desaparecen 20. Las lenguas más amenazadas son aquellas con menos de mil hablantes. Por si fuera poco, la mitad de las existentes están bajo amenaza de extinción debido a presiones culturales y económicas. Investigaciones del profesor Darrell Addison Posey de la Universidad de Oxford confirman que de esas casi 7 000 lenguas están clasificadas como indígenas entre 4 000 y 5000. Los estudios de Posey concluyen que 234 lenguas han muerto en los últimos 15 años. Y algunos investigadores calculan que en los próximos 100 años el 90 por ciento de los idiomas del mundo se habrá extinguido o estará por extinguirse.
     Tan impactante aseveración nos obliga a revisar la actual situación lingüística de nuestro continente americano, donde se hablan unas mil lenguas indígenas, que corresponden aproximadamente al 25 por ciento de las lenguas del mundo. Desafortunadamente la mayor parte de esta desmesurada cifra está desapareciendo en muy poco tiempo. Estiman estudios lingüísticos internacionales que de seguir con ese mismo ritmo al finalizar el siglo se perderán el 50 por ciento de las lenguas originarias que aún se practican en el mundo. Algunos especialistas sostienen que se trata de una tragedia evitable, mientras otros lo ven como un destino consustancial a toda lengua; pero la alarmante realidad apunta que en cinco siglos ha desaparecido la mitad de las lenguas originarias de América. 
     Enfrentadas a la cultura occidental y a la presencia dominante del castellano, el portugués y el inglés hay lenguas indígenas que apenas sobreviven por el uso que de ellas hacen pequeños grupos de personas, en su mayoría ancianos. El profesor Carmelo Sardinas Ullpun, que coordina la enseñanza del quechua, estima que 18 millones de personas en América del Sur lo hablan, pero advierte que esta lengua se está perdiendo frente al español pues muy pocas familias indígenas la mantienen como habla común. 
     En Argentina, además del español, que es el único idioma oficial a nivel federal, existen más de 20 lenguas vivas en distintas provincias del país. El más extendido es el quechua al noroeste de Buenos Aires. El quechua en el caso de Bolivia es diferente pues es considerada una lengua oficial junto con el aymara y el español. Según explica Modesto Gálvez Ríos, de la Dirección Nacional de Educación Bilingüe Intercultural en Perú: “(…) existen como 80 lenguas y dialectos. Muchos de ellos empero están por desaparecer. Así como la gente se preocupa por conservar el Chan Chan o el Machupichu, también se deberían preocupar por este patrimonio no tangible. A través de Internet podemos poner en marcha campañas de sensibilización, además de difundir la belleza y variedad de nuestras lenguas”. 
     En el estado de Michoacán, México, la mazahua es una de las lenguas en peligro de extinción que ocupa el territorio estatal con una dinámica acelerada en la reducción de sus hablantes. En la actualidad sólo el 8 por ciento de sus hablantes son niños, el resto se expresa ahora en español o, increíblemente, en inglés. ¿Por qué es importante hacer alusión al porcentaje de los niños que hablan alguna lengua indígena? Simple, porque constituye un indicador del grado de transmisión y conservación de las lenguas, mientras más pequeño sea este porcentaje, la lengua tiene mayor riesgo de desaparecer. Y es que realmente muy pocos hablan los dialectos autóctonos y los estudian como propios, no son materia de la educación en ninguno de los niveles de la formación escolar para los mexicanos. La lengua mazahua, que ocupa 15 municipios del estado de México y Michoacán, perdió el 12 por ciento de sus hablantes entre 1990 y el 2005 y un alto porcentaje de ellos son sólo oyentes.
     Para el escritor dominicano Marcio Veloz Maggiolo el problema que enfrentan las lenguas nativas de América es que son muy locales, lo que dificulta su preservación. Por su parte las investigaciones del lingüista Michael Knapp Ring reflejan que “(…) este fenómeno es consecuencia de la ruptura generacional que ha provocado los cambios culturales de las últimas décadas y la cercanía de las comunidades con los grandes centros urbanos (…) en algunos de estos casos son los mismos padres quienes toman la decisión de no continuar con la enseñanza de la lengua, pues piensan que así les podrán dar un mejor futuro a sus hijos”. 
     Aunque el título de este comentario pueda dar la impresión de que la desaparición de las lenguas originarias de nuestras tierras de América es inmanente, la realidad no es tan nefasta en este siglo XXI en que la digitalización y muchas instituciones y estados se están preocupando por la conservación de nuestro patrimonio lingüístico y cultural porque además estas lenguas indígenas influencian al propio español como mismo reciben de este y otros idiomas que confluyen dando lugar a otro mestizaje cultural y lingüístico.

sábado, 2 de enero de 2010

Un poema anterior a Espejo de paciencia

   Al dudoso origen de la literatura cubana con la no menos polémica aparición del poema Espejo de paciencia, se  sumó una nueva sospecha cuando en el año 2002 el poeta e investigador Luis Suardíaz publicó en el periódico Granma una breve nota en la que confirmaba la existencia de un extenso poema que antecedía una década al de Silvestre de Balboa. La Florida fue escrito por el fraile franciscano Alonso Gregorio de Escobedo, natural de Andalucía, quien vivió cerca de 10 años en las Antillas, incluyendo a Cuba y solía organizar tertulias y decir sus versos en las parroquias que le asignaban. En octavas reales el fraile describe su estancia en la isla, en especial su llegada a Baracoa y el largo viaje hacia La Habana. Sus versos elogian los principales frutos de Cuba: guayaba, piña, mamey, naranja, al decir:
De naranjales vi tanta maleza
que parece su número infinito
(…) verlas cuando maduras es belleza
(…) comerá del mamey, fruto gustoso,
a los melocotones comparado,
colorado cual ellos y oloroso
verá el papayo, árbol vistoso
su sabor al mastuerzo asimilado…
     Las palmas a las que cantara Heredia como símbolos de nuestra nacionalidad, ya aparecen en toda su grandeza junto a la majestuosa ceiba y el hallazgo del aguacate.
     De los indios –que desde entonces, dice, se veían pocos- describe sus costumbres, incluso las religiosas como en estos versos:
Adoraban con término apacible;
y del lucero claro la hermosura
y al trueno cuyo estrépito es terrible
y a las que tienen nombre de Cabrillas
adoraban hincadas las rodillas.
   Además describe todo el proceso del casabe y refiere cómo muchos nativos preferían el suicidio a permanecer en cautiverio.
   El manuscrito de La Florida, que estuvo todo este tiempo adormecido en la Biblioteca Nacional de España, fue descubierto por dos profesores de la Universidad de Granada: Ángel Esteban del Campo y Álvaro Salvador, este último ganador del Premio Casa de las Américas en el 2002, el propio año en que vieron la luz bajo el sello editorial Verbum, de Madrid, los cuatro tomos de la Antología de la poesía cubana más completa hasta el momento: sus tres primeros volúmenes reproducen la Antología de la poesía cubana de los siglos XVII al XIX que publicara la Editora Nacional de Cultura en 1965 y que fuera preparada y comentada por José Lezama Lima, a la que añaden 74 octavas del poema inédito La Florida y casi 130 poetas del siglo XX.
   Según los intelectuales españoles el poema, que no está fechado, debió escribirse entre 1598 y 1599, una de las pistas que así lo confirman es la referencia a la muerte reciente de Felipe II, ocurrida en 1598, lo que lo convierte en el primer texto literario escrito en la Isla, y aunque carece de la fuerza poética de Espejo de Paciencia, sí es una crónica importante sobre todo del ámbito natural y social de la Baracoa de finales del siglo XVI, además de que ya se presume algo del naciente espíritu criollo.